En cada etapa de
nuestras vidas siempre nos imaginamos cómo queremos que sea nuestro futuro: “Yo
seré una gran cantante, ganare ochenta mil pesos al mes y viviré en Francia”.
Ok, cuando somos chicos planeamos a lo grande, y a medida que vamos creciendo, mejoramos
nuestras ideas. Podemos pensar con más claridad y madures sobre lo que queremos
para nuestra vida.
La realidad no siempre
es igual a lo que imaginamos. Yo viví toda mi niñez pensando que mi primer
Hija: Mailén, la iba a tener a los 19 años. Creía que ya iba a tener trabajo,
una casa e iba a poder mantenerla.
Muchas veces nos
imaginamos la vida perfecta, la buscamos, hacemos todo el esfuerzo por
conseguir eso que tanto deseamos pero si en verdad no es el camino correcto, la
vida se va a encargar de que las cosas cambien, y es ahí, cuando de un día para
el otro te das cuenta que ya nada es igual. Que todo lo que planificaste se destruyó
en menos de un segundo.
El alma se siente
desmotivada, el corazón llora y la mente pide a gritos un poco de descanso. No
sabes cómo seguir, te sentís confundido. ¿Cómo es posible que de un momento
para el otro todos los planes se destruyeran?. Te sentas por un momento y pensas:
Y ahora…¿Qué hago?.
Con lágrimas en los
ojos nos damos cuenta que no queda otra que seguir adelante. Sentimos una
mochila de 100kg colgada de nuestra espalda que nos impide avanzar. Pasan los días
y meses y esa mochila aún sigue ahí.
A medida que pasa el
tiempo lloramos, nos quejamos, sufrimos, reímos, nos levantamos y volvemos a
caer. Es una etapa de desafíos, sentimos confusión, no sabemos qué camino
seguir. Justo en el momento en que
pensas que ya no podes más, ahí está la vida para recordarte que siempre se
puede estar peor. Las cosas te empiezan a salir mal, te va mal en la escuela,
te distancias de la gente que amas, tu futuro se cae a pedazos en frente tuyo,
te das cuenta que sos la cornuda más grande del mundo y que podes hacer? ¿Matarte?
No.. no es la solución. La única solución (o al menos la única solución que encontré
yo) fue llorar, descargar cada sentimiento que inundaba mi alma, sonreír, reír
y seguir adelante.
Justo en el momento
en que estas por tocar el vacío, cuando te cansas de tropezar ochenta veces con
las mismas estúpidas piedras, algo dentro tuyo te dice “ey, para! No seas
boluda…” y es ahí cuando te das cuenta que la vida vale la pena. Que siempre
que se cierra una puerta se abre una aún mejor. Que todo el sufrimiento valió
la pena. Que tal vez lo que veíamos como “futuro” no era el “futuro perfecto”
sino que la vida o el destino, tenían algo mejor para nosotros.
Así fue mi 2012, perdí
a más gente de la que encontré. Estuve a punto de tocar fondo, fui en contra de
mis ideales, decepcione a mucha gente. Todo lo que tenía planeado para mi vida
se derrumbó aquel 15 de enero por la madrugada… ¿Y qué puedo decir? Las cosas
pasan por algo y gracias a ese “algo” volví a recuperar mi vida. De a poco
vuelvo a ser yo…
Siempre se puede
estar mejor. Siempre se puede salir adelante y si hay algo que aprendí este
año: Las cosas planeadas nunca salen bien, hay que dejar que las cosas se den,
solo así pueden ser perfectas.