lunes, 5 de noviembre de 2012

La vida

Soñar es gratis, planificar e imaginar también lo son.


En cada etapa de nuestras vidas siempre nos imaginamos cómo queremos que sea nuestro futuro: “Yo seré una gran cantante, ganare ochenta mil pesos al mes y viviré en Francia”. Ok, cuando somos chicos planeamos a lo grande, y a medida que vamos creciendo, mejoramos nuestras ideas. Podemos pensar con más claridad y madures sobre lo que queremos para nuestra vida.

La realidad no siempre es igual a lo que imaginamos. Yo viví toda mi niñez pensando que mi primer Hija: Mailén, la iba a tener a los 19 años. Creía que ya iba a tener trabajo, una casa e iba a poder mantenerla.
Muchas veces nos imaginamos la vida perfecta, la buscamos, hacemos todo el esfuerzo por conseguir eso que tanto deseamos pero si en verdad no es el camino correcto, la vida se va a encargar de que las cosas cambien, y es ahí, cuando de un día para el otro te das cuenta que ya nada es igual. Que todo lo que planificaste se destruyó en menos de un segundo.

El alma se siente desmotivada, el corazón llora y la mente pide a gritos un poco de descanso. No sabes cómo seguir, te sentís confundido. ¿Cómo es posible que de un momento para el otro todos los planes se destruyeran?. Te sentas por un momento y pensas: Y ahora…¿Qué hago?.
Con lágrimas en los ojos nos damos cuenta que no queda otra que seguir adelante. Sentimos una mochila de 100kg colgada de nuestra espalda que nos impide avanzar. Pasan los días y meses y esa mochila aún sigue ahí.

A medida que pasa el tiempo lloramos, nos quejamos, sufrimos, reímos, nos levantamos y volvemos a caer. Es una etapa de desafíos, sentimos confusión, no sabemos qué camino seguir.  Justo en el momento en que pensas que ya no podes más, ahí está la vida para recordarte que siempre se puede estar peor. Las cosas te empiezan a salir mal, te va mal en la escuela, te distancias de la gente que amas, tu futuro se cae a pedazos en frente tuyo, te das cuenta que sos la cornuda más grande del mundo y que podes hacer? ¿Matarte? No.. no es la solución. La única solución (o al menos la única solución que encontré yo) fue llorar, descargar cada sentimiento que inundaba mi alma, sonreír, reír y seguir adelante.

Justo en el momento en que estas por tocar el vacío, cuando te cansas de tropezar ochenta veces con las mismas estúpidas piedras, algo dentro tuyo te dice “ey, para! No seas boluda…” y es ahí cuando te das cuenta que la vida vale la pena. Que siempre que se cierra una puerta se abre una aún mejor. Que todo el sufrimiento valió la pena. Que tal vez lo que veíamos como “futuro” no era el “futuro perfecto” sino que la vida o el destino, tenían algo mejor para nosotros.

Así fue mi 2012, perdí a más gente de la que encontré. Estuve a punto de tocar fondo, fui en contra de mis ideales, decepcione a mucha gente. Todo lo que tenía planeado para mi vida se derrumbó aquel 15 de enero por la madrugada… ¿Y qué puedo decir? Las cosas pasan por algo y gracias a ese “algo” volví a recuperar mi vida. De a poco vuelvo a ser yo…

Siempre se puede estar mejor. Siempre se puede salir adelante y si hay algo que aprendí este año: Las cosas planeadas nunca salen bien, hay que dejar que las cosas se den, solo así pueden ser perfectas.